Iba a titular este artículo “Evitar el estrés en tu matrimonio”, pero, honestamente, eso no es ni siquiera posible.

Estamos en nuestro séptimo año de experiencia como pareja con un niño que es ciego. Admito de antemano que hemos pasado mucho estrés. En este breve artículo me voy a centrar en cómo lo manejamos y sobrevivimos.

Algunos antecedentes: Tuvimos a nuestra primera bebé, nuestra maravilla de 510 gramos, a los nueve años de casados. Por entonces, éramos un matrimonio muy fuerte que habíamos vivido, amado, perdido y sobrevivido juntos. Ya conocíamos el estrés de muchos meses de despliegues militares (yo pertenecí durante casi diez años a la Fuerza Aérea de Estados Unidos como miembro de la tripulación a bordo, en aviones de reacción reabastecedores de combustible). Ya habíamos resistido un fallecimiento repentino en la familia y la crisis resultante.

Nada, sin embargo, nos había preparado plenamente para el diagnóstico de retinopatía del prematuro a los dos meses y medio de los cinco y medio de hospitalización en la NICU. Sin embargo, ninguno de los dos se escapó. Permanecimos firmemente fuertes uno para el otro y para nuestra niña hasta que por fin, ella vino a casa. Entonces hicimos cambios en nuestras vidas de trabajo para desarrollar esas actividades principalmente desde el hogar. Esto disminuyó al mínimo las horas desperdiciadas en traslados, ¡algo muy importante cuando estás haciendo múltiples tratamientos respiratorios durante el día con una frágil bebé que recibe oxígeno y no puede estar en una guardería! Organizamos atención diurna domiciliaria a fin de poder trabajar.

Aceptamos todas las ofertas de ayuda. Recibimos servicios de descanso como parte del programa de intervención temprana. Esto nos proporcionaba una noche por mes para salir a compartir una cena agradable y tranquila, una película o un tiempo juntos en el gimnasio.

Nunca perdimos de vista que sentirnos “nosotros” constituía un requisito previo para el futuro de nuestra hija. Cumplimos con nuestro matrimonio nutriéndolo en forma regular. Si no lo hacíamos, los signos del estrés aparecían rápidamente: frecuente irritación de uno contra otro, comentarios mezquinos y “asco” general.

En los años siguientes, tuvimos otros dos hijos, afortunadamente, ambos a término, chicos que se desarrollan con normalidad. Ahora tenemos tres pequeños de menos de seis años. Nos damos uno al otro una noche libre por semana. Juego al voleibol competitivo, y además practico escritura creativa en una cafetería. Ambos seguimos todavía trabajando en casa principalmente y así disminuimos las obligaciones de desplazamiento. Hacemos malabarismos entre nuestro trabajo y los horarios de la niñera para lograr una “cita” por mes. Disfrutamos de “una noche de mimos” entre semana, estamos juntos simplemente y vemos un show favorito.

Nos preparamos para todas las reuniones del IEP y asistimos juntos -siempre. Si uno no puede ir, simplemente, no tenemos reunión.

Tratamos de planear las comidas para aliviar el estrés de “¿qué hay para cenar?” Dividimos las tareas domésticas (tú cocinas, yo limpio). Nos dividimos los procesos que tanto tiempo llevan de abrir cartas y pagar facturas: a uno le toca mantener al día todos los otros temas de pagos y financieros.

Los fines de semana, medicamos nuestro cansancio y hacemos una siesta familiar.

Eso nos funciona bien, mantener el estrés bajo control haciendo que nuestro matrimonio esté a la vanguardia de lo que requiere nuestra atención. Todo lo demás puede ser secundario con respecto a esto. Estamos “nosotros” antes que “ellos” (los chicos) -¡nunca debemos olvidar eso!

Grace Tiscareno-Sato
Madre de una niña de seis años con retinopatía del prematuro
área de la Bahía de San Francisco, California